Basado en el libro de Sergio Sinay, escritor y terapeuta.
Vivir en pareja no es cuestión de magia ni de suerte, es un arte; el amor es el fruto de un proceso de mutuo conocimiento, transformación y aceptación. Cuando nos enamoramos, sentimos que nos desborda el entusiasmo, la ilusión y el desconocimiento del otro, pero para que se abra paso el verdadero amor, es preciso aceptar las diferencias que surgen al conocerse a fondo.
Armonizar las diferencias
Cuanto más convives con alguien, más lo conoces y te conoce, mayor es el despliegue de todo aquello que los hace diferentes. Una relación de pareja es un mosaico rico y complejo en el cual se manifiestan las diferencias entre dos seres humanos. La convivencia lleva a que cada una se muestre en todas sus facetas.
El mito de la media naranja
Lo primero que atrae a dos personas y las hace elegirse son sus similitudes, las cuales alimentan la ilusión de haber hallado a la mítica “media naranja”, pero el amor no se construye así.
Una media naranja es la mitad de algo, no se trata de una unidad ni de algo completo; al encontrar la mitad perdida deberá aferrarse a ella para no volver a ser “menos que uno” y en los vínculos de pareja esto genera el riesgo de una relación de dependencia o sumisión.
Un requisito básico del arte de vivir en pareja es recordar que cada uno está entero y representa la totalidad de sí mismo, pero esto no significa perfección, cada persona es la más completa versión de sí misma y la más actualizada. De este modo, una pareja nace a partir de dos seres enteros que se eligen entre otros miles de personas por razones ciertas, aunque a menudo sutiles, misteriosas.
Las tres diferencias
Hay diferencias que contribuyen a enriquecer los vínculos, ¿cuáles son?
- Las diferencias “complementarias” son las que se integran naturalmente: Uno ama la cocina, pero detesta lavar los platos; el otro los lava como nadie, pero es incapaz de freír un huevo, resultado, siempre comerán bien y su vajilla relucirá. No reñirán por esta diferencia. El ejemplo puede llevarse a otros planos, como los gustos culturales, las propuestas para la vida cotidiana o aficiones.
- Las diferencias “conflictivas pero abordables”: Uno es irascible en sus reacciones y esto muchas veces acobarda, aleja al otro o genera momentos incómodos en la vida social de la pareja; el acobardado plantea esta situación, el iracundo acepta que él tiene esa característica y reconoce las consecuencias de ésta y llegan a la conclusión de que, para ambos, en lo personal y en lo que respecta al vínculo, sería deseable transformarla.
- Las diferencias “irreconciliables”: Son las que difícilmente tienen solución, tienen que ver con orígenes, características físicas, valores ideológicos y morales, proyectos personales absolutamente divergentes. Un cazador y una defensora de los derechos de los animales no podrán convivir. Si alguien soñó con un aventurero, pero está unida a un sosegado hombre de su hogar, difícilmente podrá insuflarle la valentía y la pasión con la que sueña.
¿Se puede convivir con diferencias irreconciliables? Esto depende del grado de terquedad u obsesión de las personas, pero los precios son a veces, en términos emocionales, muy dolorosos.
Conocerse a uno mismo y a la otra persona
Las cuestiones que acabamos de analizar nos permiten concluir que el arte de vivir en pareja es, en definitiva, el arte de armonizar las diferencias.
Requiere vivir relaciones conscientes y no dejarlas en piloto automático, confiadas a la magia; se necesita que ambos miembros estén dispuestos a afrontar la tarea de la convivencia. Cada uno trabajará por ella con herramientas propias, pero es importante comprometerse a respetar los ritmos y estilos de cada uno.
Primero, se conocen las similitudes y las diferencias; luego, se trabajan los aspectos conflictivos y abordables para transformarse los unos a los otros y transformar el vínculo; finalmente, se acepta al otro como alguien diferente a uno, no una simple copia de mis deseos o expectativas.